Pedro Diego Alvarado es un artista que encarna lo que el arte mexicano expresa y lo que parecería ser una contradicción: es a la vez profundamente mexicano e internacional. A esto se refería Octavio Paz cuando escribió que el arte mexicano contiene un vocabulario estético internacional al mismo tiempo que una inspiración originaria. El legado de Alvarado es tambíen dual. Por un lado, su arte forma parte del canon de los artistas mexicanos que tienden un puente entre los siglos XX y XXI, y por otra, es un artista con una compleja herencia familiar como nieto de Diego Rivera e hijo de Ruth Rivera, quien fue una arquitecta notable.
Como amiga de la infancia, puedo hablar de la historia de Pedro Diego como ningún crítico de arte podría hacerlo pues lo vi dibujar desde niño y abrir, entrar y reconocer el mondo en el que nació. Era callado y observador. Sus dibujos de infancia lo llevaron a estudiar y dominar el dibujo y la pintura, y también a encontrar su propia visión.
Así como muchas casas están llenas de espejos, la casa de infancia de Pedro Diego, la Casa Estudio, en el barrio de San Ángel Inn en la Ciudad de México, estaba llena de cuadros. En algún momento se tuvo que dar cuenta de que los cuadros colgados en las paredes, puestos en caballetes y recargados en cada superficie, eran mundos paralelos en los que uno podía mirar y encontrar un lugar de imaginación y deseo.
Pedro Diego tiene una sensabilidad única para los misteriosos patrones de la naturaleza. Una multitud de árboles, una cascada de enredaderas, las filas de maíz en una mazorca o una colección de pescados colgando en un mer- cado, crean inesperadas simetrías. Además, sus colores parecen vibrar de repente, lo cual añade una sensación de éxtasis a sus cuadros. No hay duda de que Pedro Diego honra sus muchas tradiciones mientras que también se sostiene único, con un cuerpo de obra magistral.