En el primer encuentro con Pedro Diego tuve la sensación de estar frente a un amigo de toda la vida, su trato amable y de gran calidez sumado a una fuerte personalidad compleja en donde la inteligencia se revela de inmediato en la claridad con la que expone sus intereses de vida. Su origen conocido Alvarado-Rivera, que por el lado materno lo identifica como nieto de Lupe Marin y Diego Rivera, da todo un antecedente crítico a su herencia y formación como artista y pintor.
La obra de Pedro Diego es desde y para la intimidad. En su proceso creativo se descubren mensajes de inmediatez, de ajustes pacientes y meticulosos. Intuición instantánea que apenas formulada asume la definitividad de lo que no podría ser de otra manera, dando el tiempo necesario para que los sentimientos y pensamientos se sedimenten y maduren.
Su pintura se desarrolla desde dos ángulos divergentes, dos tipos de conocimientos: el espacio mental de racionalidad incorpórea; líneas, puntos, proyecciones, formas abstractas, vectores de fuerza, etc. El otro, pleno de imágenes u objetos que intenta llenar o saturar el plano pictórico y representar lo no representado, decir o comunicar de alguna forma lo incomunicable o indecible. Un acercamiento a la perfección pero sin llegar a la satisfacción absoluta dado el ruido que perturba la esesncialidad de la información. Al expresar la densidad y la continuidad del mundo que nos rodea, el lenguaje se muestra fragmentario.
Con la muestra de su obra reciente "geometría quieta", damos la bienvenida a esta galería a Pedro Diego Alvarado, esperando que todos ustedes nos acompañen.
Villa de García, N.L.
Enero de 2001
Silvya Navarrete
NI TAN NATURALISTA.
Han pasado varios años desde que Pedro Diego Alvarado presentó por última vez su obra al público. Esto ocurrió en la Galería de Arte Mexicano, en 1995, fecha en que el pintor, por circunstancias diversas y por gajes de este oficio, decidió volar con sus propias alas. Mi amistad con Pedro Diego data de aquella época, cuando se propuso, no sin dificultades, promoverse por su cuenta y armar una exposición retrospectiva de su obra en el extranjero. En todo caso, esta experiencia me permitió visitar su taller en repetidas ocasiones, conocer su pintura y reflexionar sobre su manera de trabajar.
La obra de Pedro Diego Alvarado es muy disfrutable. Cosa que, en los tiempos que corren, puede considerarse contraproducente. No cabe duda que sus bodegones y naturalezas muertas son decorativos, a tal grado que pueden percibirse como una provocación. ¿Quién, actualmente, se atreve a dedicarse a este género caído en desuso? Es más: ¿quién puede hoy jactarse de seguir practicando la pintura, de la cual se anuncia la muerte inminente, y a la cual se sigue tolerando con la condición de que se sustente en una propuesta conceptual? A Pedro Diego no parecen afectarle estos debates que sacuden al arte contemporáneo, alimentados periódicamente por sus protagonistas (artistas visuales, críticos, galeros, curadores). Aislado, al margen de las discusiones y los cuestionamientos de fondo, Pedro Diego continúa su labor cotidiana en un taller que mandó construir en la azotea de su casa de dos pisos en la colonia Roma, como para refrendar con este apartamiento el deseo de mantenerse ajeno al bullicio para dedicarse a lo que realmente le importa: su oficio de pintor.
¿En qué consiste lo tradicional en la obra de Pedro Diego Alvarado? Principalmente, en su estilo naturalista. Los temas que lo han atrapado desde que empezó a pintar, en 1974, son las naturalezas muertas, los bodegones, los paisajes y algunos retratos. Para él, las granadas, cebollas y pitahayas, los plátanos y los jitomates, son, además de objetos bellos, sabrosos y carnosos, que poseen connotaciones eróticas y hedonistas claras, motivos plásticos que invitan a un ejercicio constante del dibujo, a una búsqueda formal que, si para unos se confina en lo convencional, en este caso reivindica un regreso a la línea que, ese sí, nunca resultará anticuado.
La trayectoria de Pedro Diego Alvarado delata una lucha obstinada por dominar el oficio. Formado en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado "La Esmeralda" y en la Academia de San Carlos, Pedro Diego viajó a París para proseguir sus estudios en l' École des Beaux Arts. Su aprendizaje más valioso, sin embargo, se desarrolló en el contacto directo con artistas profesionales. Se unió al grupo del fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson quien acostumbraba ir con diversos pintores a dibujar al jardín botánico, a dos pasos del Luxemburgo y del barrio latino. Ricardo Martínez, a su vez, lo introdujo a la práctica de la pintura al óleo, invitándolo generosamente a trabajar en su taller en 1983. En 1994, en Londres, Pedro Diego fue asistente del nicaraguense Armando Morales, maestro de la técnica pictórica quien le transmitió la pasión por los artificios pictóricos. Y, en México, fue alumno de Gilberto Aceves Navarro y Vlady, entre otros. Por el lado de su familia, el legado resultó pesado: no debe ser fácil ser nieto de Diego Rivera, sobre todo cuando uno hace sus pininos y debe enfrentar el juicio y los prejuicios del mundillo del arte. La crítica, sin embargo, lo ha valorado con lucidez. Raquel Tibol subrayó en 1995 su "deseado y cultivado apego a ciertas maneras del estilo riveriano, despreocupado de anacronismos o calendarios estilísticos" y reconoció la influencia positiva de Morales en aquella "cocina artística muy compleja y esencialmente pictórica, que hace emerger en el joven mexicano energías creativas en todo lo referente a luz, color, atmósfera, distancias" (Proceso, núm. 995, 27 de noviembre de 1995).
Ahora bien, la obra reciente de Pedro Diego Alvarado acusa ciertas variantes que dejan prever una posible (y necesaria) evolución y una apertura hacia otros espacios de búsqueda y, por qué no, de experimentación formal. El año pasado, el autor elaboró un cuadro de muy gran formato, titulado Puesto de verduras y frutas II, con el fin de responder al encargo de un coleccionista particular. Esta comisión le significó tal esfuerzo, dadas las medidas de la pieza y el grado de elaboración que exigió su composición (inspirada sin duda en la famosa Vendedora de frutas que pintó Olga Costa en 1951, y que se conserva en el acervo del Museo de Arte Moderno), que el autor cayó en la cuenta de que la propia obra contenía infinidad de cuadros en sí. Decidió "sacarle jugo" y, al operar fragmentaciones y recortes imaginarios en su superficie, se percató de que esa propuesta improvisada generaba soluciones nuevas y fecundas desde el punto de vista semántico y formal. Por supuesto, era imposible limitarse a copiar los diferentes planos que integraban el cuadro original y reproducirlos por separado, como simples detalles. Había, en primer lugar, que encontrar otra escala, nuevos encuadres. El pequeño formato llevó al autor a "recortar" la imagen, como si se tratara de un close up, un acercamiento que no privilegiara tanto el objeto en sí (una fruta, una verdura) como el juego de perspectivas y el diálogo de líneas que su elaboración en el lienzo suscita. Creo distinguir tres maneras generales de abordar, en el trabajo reciente de Pedro Diego Alvarado, la naturaleza muerta: la oposición círculo-cuadrado; la saturación del espacio pictórico con estructuras divergentes; y la geometrización orientada hacia la abstracción.
De este modo, un par de sandías, por ejemplo, se ubican en la tela según un orden perpendicular, y ven sus extremidades mutiladas por la línea recta del marco. En otro cuadro, cuatro huacales llaman la mirada, no por su contenido apetitoso (naranjas verdes, mangos, duraznos) sino por la lógica arbitraria que preside a su organización y que favorece los ángulos rectos, como si la intención geométrica matizara la carga sensual de la fruta, el derroche de colores y de texturas sensibles. Esta valoración de la línea por encima del volumen hace derivar poco a poco la composición hacia el diseño. En otro más de sus cuadros, la vertical marcada por un apilamiento de toronjas se contrapone a las horizontales de hileras de naranjas superpuestas a conglomerados de calabazas. Los elementos invaden la tela sin dejar espacio vacío, la composición se aprieta más y más, se concentra literalmente en estructuras cerradas de círculos versus rectas, de conflictos entre planos encontrados, líneas de fuga y ángulos agudos. En este giro hacia la abstracción podemos encontrar, en sus soluciones más radicales y sintéticas, ecos de la pintura de Gunther Gerzso.
Los paisajes también sufren alteraciones. No es la "belleza" del panorama lo que interesa sino la organización interna de la representación, casi podríamos decir su arquitectura. Esto se vuelve patente en los alineamientos simétricos de almiares que dejan cancelados los paisajes rurales y las vistas casi impresionistas de los puentes de París, de los cuales Pedro Diego era aficionado hace unos años. La obsesión naturalista está en proceso de quedar superada en la pintura de Pedro Diego Alvarado, y también el lastre mexicanista que le impedía emanciparse de las tutelas históricas de sus inicios.
Consciente de los avances técnicos de los cuales es capaz, el autor opta hoy por una reflexión compenetrada sobre el lenguaje de la pintura en sus articulaciones internas, sobre la economía de la imagen y sobre la organización estricta de los espacios, sin renunciar a los estímulos visuales y sensoriales que brindan sus temas predilectos. Esta inquietud ya asomaba en algunas obras tempranas de Pedro Diego, especialmente en una serie de principios de los años ochenta (realizada en el taller de Ricardo Martínez), en la que motivos tan triviales como bordes de bastidores apoyados contra la pared traducían interesantes efectos de diagonales, planos y recortes en la superficie de la tela. La búsqueda en este sentido fue suspendida durante años y hoy Pedro Diego la recupera como una alternativa pertinente para la evolución futura de su trabajo.
¿Qué más ha cambiado en la obra de Pedro Diego Alvarado? Sabemos de sobra que su factura siempre ha sido muy cuidadosa y que responde a procedimientos técnicos complejos y sumamente refinados. El modelo fotográfico se mantiene, también el boceto con carboncillo redundado con temple, así como el óleo "rasurado" con navaja para adelgazar la materia y las veladuras que otorgan a sus cuadros un acabado pulcro, impecable. Pero el autor se autoriza algunas licencias, como introducir rugosidades para acentuar las calidades táctiles en la cáscara de un melón, por ejemplo. La paleta, a su vez, se ha oscurecido ligeramente, la luz resulta menos directa y vibrante que en series anteriores, se ha matizado hasta alcanzar una sutileza y un virtuosismo que de pronto impacta, como en aquel conjunto de peras que me evocaron las delicadas naturalezas muertas de Armando Morales. La obra de Pedro Diego Alvarado abreva, con manifiesto deleite, en fuentes del pasado, en tradiciones pictóricas europeas y en viejas vanguardias mexicanas, pero ya se ha encaminado en la renovación de su propio lenguaje y en la resolución de las contradicciones que le son inherentes.
Febrero 2001
Víctor Manuel Mendiola
Cambiar de sitio sin cambiar de lugar. Esto es lo que ha hecho, de una manera inesperada, Pedro Diego Alvarado.
En los cuadros que había logrado este pintor era evidente una relación muy fuerte con dos tradiciones: por un lado, con aquella pintura que ve en las proporciones del cuadro una estructura invisible, un tejido esencial que debe permanecer oculto. Si uno ve con cuidado su obra anterior uno puede descubrir una geometría: ángulos, esferas, planos, hasta líneas en fuga ocultas por un sarape o por una mesa o por un cuerpo. Estas formas permanecían sólo como un esqueleto, producían un trazo tan exacto, tan pensado y, al mismo, tan tenue que debía sobrevivir en silencio. Por otro lado, en la pintura de Alvarado podíamos ver una relación intensa con la realidad. La realidad era un ingrediente inmediato y omnipresente. Muy bien podíamos decir que en sus cuadros la representación de las cosas y de los seres pesaba tanto como el plano del dibujo y del color. De este modo, en la obra de Pedro Diego hallábamos paisajes del valle de Oaxaca, un lago con un bosque verde casi negro, floreros con gladiolas, un retrato de una mujer en una concreción irreal, las azoteas antes de llegar a una fábrica. Ver el color y el dibujo representaba el gusto de ver lo que los ojos pueden ver todos los días y las medidas que la mano puede establecer.
Ahora, en esta nueva colección, casi de un modo imperceptible hay, contradictoriamente, un cambio brutal. En estos cuadros la realidad es, como en los cuadros anteriores, una dimensión avasallante; asimismo no cabe ningua duda de que el control de las proporciones está calculado de manera general y paso a paso, en el detalle, con una red cuadriculada, pero hay también una gran diferencia: la realidad está deliberadamente fragmentada y las porporciones han camenzado a convertirse en un tejido exterior, en nudos que podemos mirar y descifrar. En esta nueva colección observamos calabazas, sandías, papayas, piñas, manzanas, plátanos en canastas, peras conviviendo con granadas, duraznos junto a naranjas, cajas de mamey y cajas de limones pegaditas, todo apuntando hacia una división y al mismo tiempo hacia una visión aumentada en una especie de superrealismo. Lo que vemos se nos rompe en las narices y se nos viene encima. Todas esas formas de la realidad son el tema principal y son, a la vez, un pretexto.
En estas pinturas, Alvarado ha inventado un extraño ritmo entre entre lo pequeño y lo grande y entre lo que aumenta y disminuye. El formato que Pedro Diego Alvarado ha escogido para llevar a cabo esta operación es un cuadrado perfecto. Un formato que tantas veces funciona mal, a Pedro Diego Alvarado le ha permitido realizar un corte o un recorte verdadero sobre una materia que con frecuencia suena aburrida y nos entrega visiones vulgares y que en el caso de él nos produce una sensación refrescante que nos despierta. En estos rectángulos perfectos, Alvarado hizo a un lado, como quien despeja una mesa, los lugares comunes de la naturaleza muerta y de los paisajes y ha logrado encontrar no sólo una comunicación entre la tradición y la modernidad sino ³lo que parece una irrupción² un lenguaje propio. Basta con mirar el increíble díptico de los nopales para darse cuenta de que en estos cuadros hay algo inquietante y de verdad nuevo. Es la realidad que conocemos, pero es la realidad que no conocemos. Se nos viene encima y la podemos atrapar. Estamos parados en el mismo sitio y, a la vez, en otro lugar.
Septiembre 2000
Miguel Fabruccini
Una geometría para la realidad: La interrogación óptica del elemento pictórico.
Si una tradición cultural condiciona el quehacer de un artista, la libertad creativa se libera sólo en su talento. Pedro Diego Alvarado pertenece a una tradición cultural que se entrelaza a una tradición familiar. Su talento se expresa en una dimensión donde buscar una geometría para la realidad es encontrar una armonía compleja de orquestación en varios niveles simultáneos.
Su superficie pictórica, materialmente estratificada, encuentra sus variaciones tonales a través de un raspado que busca correspondencias en profundidad. Paralelamente, en la pintura de Alvarado los temas que afloran de la tradición figurativa - naturalezas muertas o paisajes - aparecen más allá de un pretexto formal. Hay en la interrogación óptica del elemento representado, un hieratismo donde el color local se manifiesta, y la fruta se vuelve resbaloso verde o roja redondéz o áspero amarillo.
Algunas naranjas se arrinconan en el ángulo de un cajón, dos piñas se asoman al margen del cuadro y varios tomates se extienden equidistantes en una superficie indefinida. Todo el juego surreal se ha decantado y las estilizaciones geométricas sabidas preanuncian otros ecos.
En las grandes composiciones ³Nopalera² y ³Arpillas de Avena² I y II, lo abstracto y lo figurativo recíprocamente se fundamentan. La intensidad formal se transforma en tema y las arpillas extremadas de su propia elaboración pictórica, van en perspectiva a encontrar su propio peso figurativo. La tridimensionalidad, los puntos de fuga, el espacio tradicional, adquieren el valor de una metáfora donde la clave puede estar en la factura pictórica que, como una escritura, atraviesa toda la superficie plana de la tela.
En la pintura de Pedro Diego Alvarado, los valores formales se han encarnado y buscan la densidad de lo individual y vivo.
Agosto 2000
Arpillas de avena I, 2000, óleo/lino 97 x 195 cms
Calabazas partida y enteras, 2001, óleo/lino 90 x 60 cms
Plátanos machos verdes y maduros, 2001, óleo/lino 60 x 92 cms
Plátanos machos y Sandía, 2001, óleo/lino 60 x 92 cms
Sandía y Plátanos machos, 2001, óleo/lino 60 x 92 cms
Nopales Viejos, año 2000, óleo sobre lino 112 x 162 cms
Nopalera rumbo a Tulancingo, 2000, óleo/lino
Pitahayas, 1998, óleo/lino 33 x 51 cms
Pigmentos amarillo y verde con papaya, 1998-2000, óleo/lino 73 x 100 cms
Pescados de Buenavista, 1999, óleo/lino 81 x 105 cms
Geometría
Quieta
Serie
1999 - 2000
Óleo sobre lino
55.8 x 53.8 cm
Dos huacales, 1999, óleo/lino
Jitomates guajes, 1999, óleo/lino
Naranjas verdes, mameyes y duraznos, 1999, óleo/lino