Toda obra de Pedro Diego, desde el ángulo abierto de un paisaje, hasta el afocado detalle de la piel de alguna fruta, es rigurosamente construida con enigmáticos contrastes de luz, color y diseño, siempre buscando como resultado una elegante poética en el plano. Pasión y cálculo meticuloso, ilusión y realidad se mezclan serenos para emitir voces filtradas o asordinadas de belleza armónica. En su obra reciente los temas (cielos, palmares, mazorcas, frutas,...), conviven como si fuesen miembros autónomos de una misma familia, cada obra-presencia se distingue, evocando en algunos casos nuestros orígenes y la antigüedad clásica, y en otros, despertando sensaciones de exhuberancia y sensualidad por su cercanía a la vida plena. Lo que se ve, se siente.
Estar frente a la obra de Pedro Diego siempre es una experiencia enriquecedora, me recuerda a la arquitectura de Luis Barragán, imposible de describir o explicar sin vivirla.
Guillermo Sepúlveda
Palmar del Pacífico, 2004, oleo sobre lino, 148 x 148 cm
Palmar del Pacífico I, 2003, oleo sobre lino, 122 x 180 cm
Volcán de hielo y volcán de fuego, 2004, oleo sobre lino, 114 x 236 cm
Bisnaga teotihuacana, 2004, óleo/lino 114 x 164 cm
Toronjas, una partida, 2004, óleo/lino 120 x 97 cm
Zapotes prietos, 2004, óleo/lino 90 x 90 cm
Tunas, 2004, óleo/lino 90 x 90 cm
Limas, 2004, óleo/lino 90 x 90 cm
Mandarinas, 2004, óleo/lino 90 x 90 cm
Carambolos, 2004, óleo/lino 90 x 90 cm
Granadas criollas I, 2004, óleo/lino 116 x 163 cm
Cardón de Baja California, 2004, óleo/lino 112 x 171 cm
Nopales de García, 2004, óleo/lino 114 x 171 cm
Mazorcas verticales, una roja, 2004, óleo/lino 171 x 112 cm
Mazorcas Horizontales I, 2004, óleo/lino 112 x 170 cm