Exposición de la exposición de Pedro Diego Alvarado, aún en el suelo, recostada contra las plantas decorativas del patio de la Galería Arte Mexicano , como una actriz en su camerino esperando su turno. Los cuadros, un friso plano, friso tridimensional . Se destaca la bimensionalidad de la obra.
Alvarado parece inclinarse a desdeñar un poco, man nono tropo, la ilusión del volúmen.
Al ojo le place pasearse en la superficie con pocos baches de esos cuadros, a la inteligencia también, porque sabe que el espacio y el volúmen en pintura son ilusión, o sea engaño; le quedan sus trazas de puritanismo, aunque no está tan segura de que este preferir suyo ande con los tiempos....
La sensibilidad, empero, echa de menos el énfasis en enseñar las oquedades, como se echaría de menos el oscuro contrabajo en un danzón. Tal vez porque en las oquedades se puede entrar, y uno, como pintor, lo que quiere es arrimarse, tocar y entrar en el cuadro, en cambio los planos-planos, castamente dicen no.
Por otro lado, una de las condiciones de la pintura como arte es que satisface el sentido estético del observador, ya que nos entrega en dos dimensiones lo que sabemos tiene tres. Eso hace a la naturaleza, vista a través del cuadro, más portátil, y por ende la fija e inmobiliza, entregándonosla duradera, táctil, poseíble, consevable.
Veo contradicción en estas observaciones y así las dejo, porque mientras perplejo me entrego en descubrirlas, entra otro elemento: la pintura que tengo enfrente me gusta, y eso tapa lo demás, empujándolo al campo de las especulaciones inútiles. Lo que cuenta es que lo que estoy viendo es una expresión fresca, directa, manual, y devota a la naturaleza; verdadera nuvelle cuisine visual, austera, directa, parca.