Toda obra de Pedro Diego, desde el ángulo abierto de un paisaje, hasta el afocado detalle de la piel de alguna fruta, es rigurosamente construida con enigmáticos contrastes de luz, color y diseño, siempre buscando como resultado una elegante poética en el plano. Pasión y cálculo meticuloso, ilusión y realidad se mezclan serenos para emitir voces filtradas o asordinadas de belleza armónica. En su obra reciente los temas (cielos, palmares, mazorcas, frutas,...), conviven como si fuesen miembros autónomos de una misma familia, cada obra-presencia se distingue, evocando en algunos casos nuestros orígenes y la antigüedad clásica, y en otros, despertando sensaciones de exhuberancia y sensualidad por su cercanía a la vida plena. Lo que se ve, se siente.
Estar frente a la obra de Pedro Diego siempre es una experiencia enriquecedora, me recuerda a la arquitectura de Luis Barragán, imposible de describir o explicar sin vivirla.