Luz Sepúlveda

Pedro Diego Alvarado. Transmutaciones..

Uno de los aspectos que más llama la atención en la pintura de Pedro Diego Alvarado es justamente que sea pintura, en una época en la que se debate acerca de su credibilidad. Lo que en la primera mitad del siglo xx fue una clara desavenencia entre la pintura figurativa y la abstracta, desde los años que siguieron a la segunda posguerra y principalmente desde los 60, la controversia crítica se volcó hacia las corrientes de arte conceptual frente a las obras bidimensionales de la pintura. Es verdad que en los años 60 y 70 el oficio pictórico estuvo prácticamente eclipsado —salvo algunas excepciones— por las manifestaciones conceptuales; sin embargo, a partir de los años 80 y 90 adquiere un renovado valor que lo coloca en una muy alta jerarquía. Ya sea con un contenido netamente formal que se inclina hacia los lenguajes abstractos, o aquella pintura que opta por la figuración, se ha visto que un número considerable de obra pictórica conforma las muestras más significativas de los últimos 20 años. ¿Cuántas veces no se ha insinuado, no sin cierto temor, que la pintura ha muerto? Creo que solamente los apocalípticos pueden llegar a tal afirmación, pues es evidente que la historia del arte se renueva, rejuvenece, consolida y aparece nuevamente con un fuerte talante de supremacía artística.

Tunas, 2002, óleo sobre lino 70 x 70 cmsAun con los debates que se tornan álgidos en cuanto a la validez de la pintura en una era en la que prácticamente cualquier objeto puede ser representado —en fotografía, por ejemplo— o incluso inventado —en la pantalla de la computadora—, Pedro Diego se mantiene al margen de tales diatribas y exhibe su predilección por este medio de expresión. La técnica que emplea el artista, su método de trabajo, su talento heredado, adquirido o aprendido, las formas que concibe y la destreza con la que trabaja y muestra sus resultados, hacen de él un importante elemento en el panorama artístico contemporáneo de México. Pedro Diego observa la naturaleza, capta su esplendor, abstrae la esencia de sus figuras y las plasma sobre el lienzo. ¿Anticuado? Se ha dicho que el mundo del arte sería estéril y aburrido si no fuese por el vaivén de las modas; se ha hablado de un arte de avanzadilla que reta a las expectativas de los espectadores; se ha acusado a aquellos quienes ignoran el peso del concepto en una obra artística; y, no obstante las argumentaciones lúcidas de los autores “antipictóricos”, ¿en qué momento ha muerto la tradición pictórica? Para cada vanguardia, existe una retaguardia, afirmó en su momento Clement Greenberg. Para cada obra establecida en el mainstream, existen formas alternativas. Y si en los decenios del 60 y 70 los códigos conceptuales fueron la alternativa, hoy en día parecen más una moda que le cede el lugar de lo oculto, inalcanzable e innovador a la pintura.

La pintura figurativa siempre ha estado ligada al concepto de la representación. En la época actual, es difícil establecer una jerarquía icónica, ya que prácticamente toda nuestra esfera cognitiva se encuentra bombardeada por imágenes. Como advirtió Baudrillard, el signo se ha apoderado del significado. Ya no importa el trasfondo que tenga el signo mientras se encuentre bien representado. Ya no importan los significados pues solamente es verídico lo que se logra ver. Vemos imágenes, representaciones, íconos y simulacros que no significan nada: lo llama “el crimen perfecto”. Y en un mundo en el que la ideología ha sido suplantada por la representación, la ironía de la historia nos reserva un planteamiento paradójico: es justamente ahora cuando más importante es la misma representación.

Una representación, al igual que un símbolo, tiene un significado, pero a diferencia de los símbolos, su significado es trascendente. Alvarado, además de trabajar sobre la problemática de la representación, problematiza la realidad al hacer transmutaciones de ella. Lo que él considera problemático o, por decirlo de una manera más suave, retador, no es la representación aislada, ni su proceso de significación, sino la realidad misma. Pithayas, 2002, óleo sobre lino 70 x 70 cmsLa pintura de Pedro Diego puede considerarse como un intento de resolución de problemas, como una búsqueda destinada a elaborar las transformaciones de la realidad que se ha vuelto frágil en un universo icónico sin significado. Si las imágenes son un simulacro de la realidad, las pinturas de Pedro Diego son una transmutación de ella. ¿Qué se hace en un mundo dominado por las imágenes? ¿Cómo se logra trascender lo inmediato para así poder acceder al fondo de las representaciones? ¿A través de abstracciones de la realidad? ¿O como lo indica la pintura de Alvarado, a través de transmutaciones de las formas?

Su pintura indica claramente que se puede acceder a una multiplicidad de interpretaciones a partir de la ruptura entre el objeto real y su representación. Así lo hace evidente en las series que trabaja: nopales, magueyes y candelabros, frutas, verduras y árboles florales, paisajes, terrenos y cielos plenos de nubosidad. No se trata únicamente del resultado en conjunto lo que es rico en su repertorio, sino el tratamiento individual de cada una de las parcelas que conforman los lienzos de Pedro Diego.

¿Cómo poder hacer una pintura en apariencia frívola, en un momento histórico en el que parece que se ha llegado a la imposibilidad de la conciliación? Alvarado responde con premura mas no sin reflexión: hace pintura que él mismo goza, para que el espectador goce y se deleite, justamente en el momento en que más es necesario ese lapso de tiempo para la meditación. A ese fragmento de tiempo al que nos arroja el artista para el éxtasis estético lo llamó Gillo Dorfles “el intervalo perdido”. Sin esta ”pausa diastemática” todos los pensamientos y reflexiones son abolidos en el acto de la ejecución. Y entonces, el arte no serviría para nada. Para poder digerir el caos cotidiano se necesita del silencio y las pinturas de Pedro Diego nos otorgan ese lapso de quietud indispensable como estrategia de supervivencia.

En una anterior serie de 1999–2000 titulada Geometría quieta el artista tomó como modelos las mismas figuras que en la exposición actual (principalmente frutas, verduras o plantas) pero su desempeño sobre el lienzo fue distinto. Si, como su título lo indica, posicionó los objetos como si se tratase de una naturaleza muerta, en la actual exposición Transmutaciones, el efecto que se genera dentro del cuadro es de un dinamismo pausado. Ahora los elementos se encuentran mucho más libres de cierta rigidez que le otorgó a Geometría quieta. Ahora los lienzos se encuentran igualmente bien estructurados pero perdieron la rigidez de antes.

Nopales amarrados, 2002, óleo sobre lino 114 x 85 cmsGanaron terreno en cuanto a la atmósfera que deja respirar, de la misma manera que las transmutaciones lucen una textura tanto táctil como visual que hablan de un trabajo con una técnica mucho más depurada. El refinamiento que se vislumbra desde el primer encuentro se debe al empeño laborioso de quien conoce su oficio, al mismo tiempo que es evidente una mayor libertad de creación. En la obra Agaves tequileros, por ejemplo, un paisaje aparentemente inocuo muestra en primer plano hileras de agaves que se alejan en una perspectiva clásica que se corona con un par de cerros y un cielo al fondo. La quietud de la obra recuerda el tratamiento que de Chirico daba a sus pinturas metafísicas, pero sin dejarse atorar por esas auras de misterio que prevalecen en el italiano. Alvarado, en cambio, permite que las formas respiren, que los espacios den lugar a que el ondulante aire acaricie las plantas a pesar de transmitir un sepulcral silencio ante el espectador.

En esta misma tónica Datura vertical y Datura horizontal son excelentes trabajos de acercamiento sobre fondos finamente elaborados que ocasionan que la figura principal resalte y luzca en cada detalle. El espacio se encuentra más encerrado y, sin embargo, las flores danzan sin obstáculos. De distinta lectura son las piezas Plátanos verdes y sandía, así como Piña y toronjas, las cuales poseen una cualidad de “naturaleza viva” que sus anteriores cuadros no demostraban. En el primer caso, una penca de plátanos descansa sobre una sandía, mientras en el primer plano, otra abierta deja escurrir su jugosa carnosidad. El segundo ejemplo igualmente permite que las frutas abiertas (el melón y la piña) rezumen de jugo, carne y fibra. En ambos casos la textura está trabajada de una manera excelsa, y lo que destaca de estos dos cuadros es la cuestión de que son aproximaciones de otras obras que Pedro Diego realizó con anterioridad. Es decir, son acercamientos o close-ups , apropiaciones o recontextualizaciones de obras pre-existentes, lo que hace que sean aún más interesantes tanto en su forma, como en su estructuración conceptual. De otro tipo son Frutería y Recaudería las cuales, de mayores dimensiones, muestran las frutas y verduras expuestas tal y como se verían en la realidad: acomodadas en cajas, hileras o pirámide para lucirse ante el consumidor en un mercado. Si bien estas obras tienen un carácter más convencional tanto en su contenido como en su resultado, el proceso de ejecución no permite que se pierda aquel dinamismo que fluye en otras piezas. El color, las formas y la composición en general hablan de un ejercicio en el que el artista no ignoró ninguna parcela del lienzo para la obtención de los resultados más óptimos.

La serie intermedia entre estas dos se titula Emblemas y Pedro Diego la trabajó en el 2001. El artista abandona la geometrización, sin por ello olvidarse de la quietud que pondera en cada una de sus obras. Nopal teotihuacano, Candelabro oaxaqueño, Plátanos machos o incluso algunas piezas disímiles como Mitla, Espíritu y materia o Crucifixión, son la antelación de lo que el artista presenta en Transmutaciones. Espacios libres y fondos planos en colores tenues sostienen a las figuras que se yerguen en todo su esplendor para dejar mostrar cada uno de sus detalles plenos de texturas, ondulaciones, luces, sombras, brillos y consistencia formal. Las obras recientes Mameyes y Granadas se relacionan a esta serie en tanto que se trata de un acercamiento al objeto representado en el que la sombra de la fruta se convierte en el fondo mismo del lienzo lo que ocasiona que resalte la forma de las figuras principales.Agaves tequileros, 2002, óleo sobre lino 86 x 172 cms

Destaca de la exposición Transmutaciones una serie de obras realizadas en formato cuadrado. De alguna manera, la aproximación que se tiene a las imágenes distorsiona la visión del espectador ya que la proporción de la imagen se ve engrandecida, de la misma forma que el artista presenta parcelas de otros elementos —ya sean verduras, frutas, canastos o estantes— que nos obliga a centrar la atención en el detalle trabajado de manera excelsa por Pedro Diego, al mismo tiempo que la fragmentación denota un entero conocimiento de la estructura de la forma. Ya sean nopales, peras, pitayas o granadas, coliflor, poros o apios, el artista toma como pretexto aquellos elementos que les son intrínsecos a cada una de las formas, para representarlas en una totalidad y brindarle al espectador un prolongado “intervalo de silencio” gracias al cual podemos concluir con una catarsis estética.

Salomon Grimberg
Guillermo Sepúlveda
Entre ilusiones y realidades
José Manuel Springer
Luz Sepúlveda
Transmutaciones
Gilles A. Tiberghien
El todo y el detalle
Gilles A. Tiberghien
Le tout et le détail
Victor M. Mendiola
Miguel Fabruccini
Silvya Navarrete
Raquel Tibol
Miguel A. Muñoz
Entrevista
Nadia Ugalde
Armando Morales
Olivier Debroise