En la Galería Arte Mexicano, con casi medio centenar de obras (bocetos, cuadros definitivos, cerámicas), Pedro Diego Alvarado (Ciudad de México, 1956) da claras pruebas de sus conflictos con el quehacer pictórico. Tenía un año y nueve meses de edad cuando murió su abuelo Diego Rivera; pero desde el inicio de su carrera el hijo de la arquitecta Ruth Rivera demostró un deseado y cultivado apego a ciertas maneras del estilo riveriano, despreocupado de anacronismos o calendarios estlísticos. Su justificicación la encontró quizás en las dinatstías pictóricas del pasado: los Van Eyck, los Bruegel, los Juárez... En reciente entrevista con Nadia Ugalde Gómez, ha reconocido: "Desde que empecé a pintar tengo muy presente el ejemplo de mi abuelo; el perteneció a una generación de pintores que tenían un oficio maravilloso(...). La maravillosa aventura del arte moderno trajo consigo la casi desaparición del oficio de pintor. En estos 18 años que me he dedicado de lleno a la pintura, he logrado, si no recuperar el oficio, sí inventarme el mío propio".
En el sendero tercamente asumido por Pedro Diego Alvarado apareció y lo deslumbró un gran devoto de la técnica pictórica, quien ha inventado sus propios medios de producción: Armando Morales, el nicaraguense radicado fuera de su país desde los años sesenta y, actualmente, con talleres en París y Londres. En el complejo proceso de elaboración pictórica de Morales cuentan de manera muy personal la rasurada de las sucesivas capas de pintura para adelgazarlas y cerrar a la vez una sensible y sutil textura de rayados; además el uso como prisma de latas en cuya superficie la luz se descompone cálida y sensualmente; también le da mucha importancia al boceto, ya sea en arreglo de objetos dentro del estudio o frente al paisaje. Morales no da clases y sólo se puede aprender su sofisticado procediemiento convirtiéndose en su ayudante. Así lo hizo Pedro Diego durante una larga temporada en 1994. Los resultados, nada superficiales, son evidentes en su actual exposición en la GAM. Le ha hecho mucho bien alejarse de Rivera, entendido como un estilo, y a través de Morales acercarse a una cocina artística muy compleja y esencialmente pictórica, que hace emerger en el joven mexicano energías creativas en todo lo referente a la luz, color atmósfera, distancias.
Como si no hubiera asumido plenamente sus propios grandes avances, y quizá para demostrar que estar estéticamente al día no es su problema, Pedro Diego Alavarado produce "Empuñando el arado"(1995, temple y óleo sobre lino, 114x195cm.), composición naturalista que ya Rivera hace 90 años hubiera considerado anacrónica. Por sus capacidades y por su amor al oficio, Alvarado, ejerciendo más a fondo su libertad, deberá alejarse de esta etapa ecléctica de transición.